EL CUARTO DOLOR: MARÍA ENCUENTRA A JESÚS EN EL CAMINO AL CALVARIO
Publicado por ET OMNIA MEA TUA SUNT. 26 de marzo de 2022
Al acercarse Semana Santa, seguramente nos preparamos para ver por centésima vez la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson. Toda la película es muy realista y mueve nuestras fibras internas; sin embargo, a mi modo de ver, la escena más conmovedora, aquella que siempre que la veo logra hacer que una lágrima se escape, es el momento en que María se encuentra con Jesús en el camino de la Cruz.
La actriz rumana Maia Morgenstern, en el papel de María la madre de Jesús, logra representar la profundidad del dolor de aquel momento, la intensidad de las miradas, la angustia con la que la madre corre hacia el hijo. La película hace una cosa genial: trasponer el recuerdo del niño Jesús que se cae y su madre que sale corriendo a levantarlo, mientras va corriendo hacia su hijo caído bajo el peso de la cruz. En las dos escenas, tanto al niño como al caminante hacia el calvario, la madre le dice lo mismo: “Estoy aquí”. Jesús, en medio de sus dolores de la vía-crucis responde a María: “¿Ves Madre? Yo hago nuevas todas las cosas”. Quien quiera ver de nuevo esta escena, que dura dos minutos, puede hacerlo aquí:
No podemos menos que evocar el inmenso dolor de María que ve llegado el momento para el que se ha preparado por más o menos treinta años. Ya Simeón le había anunciado que su hijo sería signo de contradicción y que a ella una espada le atravesaría el alma. El día temido ha llegado, es la mañana del 15 de Nisán, fiesta de la Pascua… el destino del mundo va sobre las espaldas de aquel niño que salió de sus entrañas, convertido ahora en un hombre, sí, y todavía demasiado frágil para llevar él solo el peso de la historia y de la eternidad. Pero allí va, en medio de su fragilidad, de su debilidad, manifestando una fuerza que no puede venir sino de Dios. Ahora María se une al camino hacia el golgota, ella también inicia su propia via-crucis, siendo aplastada interiormente por el peso de la misma cruz que el hijo lleva sobre su espalda. La unión íntima de aquellos dos amantes hace que el dolor del hijo sea el mismo dolor de la madre.
Los evangelistas no nos hablan de este encuentro. Es presumible, teniendo en cuenta que según el cuarto evangelio María estará allí en el Gólgota. Pero, lo que ha faltado a las páginas de los evangelios, ha sido tema de meditación de muchos santos, que han escrito cosas estupendas y conmovedoras sobre este dolor de María…
San Pedro de Alcantara en su “Tratado de la Oración y Meditación” describe la escena y el dolor de la Madre que por un lado quiere ver al Hijo, y del otro no quiere verlo sufriendo así:
¿Qué sentido puede aquí alcanzar hasta dónde llegó este dolor a la Virgen? […] Camina, pues, la Virgen en busca del Hijo, dándole el deseo de ver las fuerzas que el dolor le quitaba. Oye desde lejos el ruido de las armas, y el tropel de las gentes, y el clamor de los pregones con que lo iban pregonando. Ve luego resplandecer los hierros de las lanzas y alabardas que asomaban por lo alto; allá en el camino las gotas y el rastro de la sangre, que bastaban ya para mostrarle los pasos del Hijo y guiarla sin otra guía. Acércase más y más a su amado Hijo y tiende sus ojos oscurecidos con el dolor y sombra de la muerte, para ver (si pudiese) al que tanto amaba su ánima. i Oh amor y temor del corazón de María! Por una parte deseaba verlo, y por otra rehusaba de ver tan lastimera figura. Finalmente, llega ya donde lo pudiese ver, míranse aquellas dos lumbreras del cielo una a otra, y atraviésanse los corazones con los ojos y hieren con su vista sus ánimas lastimadas. Las lenguas estaban enmudecidas, mas el corazón de la Madre hablaba…”
También San José María Escrivá, en su ciclo de meditaciones por la via-crucis se detiene a imaginar las miradas llenas de dolor de la Madre y del Hijo:
Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo. Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam I,12).
Pero nadie se da cuenta, nadie se fija; sólo Jesús. (…)
En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina. De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre…
La venerable sor María de Agreda, concepcionista, en su escrito “Mística ciudad de Dios” medita así la paciencia de la Virgen durante la pasión y su generosidad en sufrir:
“Fue incomparable la paciencia de la divina Princesa en la muerte y pasión de su amantísimo Hijo y Señor, porque jamás le pareció mucho lo que padecía, ni la balanza de los trabajos igualaba a la de su afecto, que medía con el amor y con la dignidad de su Hijo santísimo y sus tormentos, ni en todas las injurias y desacatos que se hacían contra el mismo Señor se hizo parte para sentirlos por sí misma, ni los reputó por propios, aunque todos los conoció y lloró en cuanto eran contra la divina persona y en daño de los agresores,.”
La tradición católica ha dado especial consideración a este encuentro entre Jesús y su Madre; de hecho es siempre recordado como la IV estación de la Vía-Crucis. En países de tradición hispánica, las procesiones de la dolorosa (bajo cientos de nombres y advocaciones) son impresionantes. Sin embargo, al centrar tanto nuestra atención en el dolor histórico de aquella madre, no podemos perder de vista que también nosotros somos hijos de María, y nuestras caídas prolongan las caídas del Cristo… Este cuarto dolor también sintetiza el dolor de la madre por sus hijos que caen cotidianamente, aun cuando vivan en la pretensión de olvidar la cruz. Santa Gema Galgani logró comprender de manera profunda cómo aquel dolor también la incluía a ella… unamos nuestra voz a su oración:
“Mi madre fue crucificada con Jesús. Nunca se lamentó. Después de reflexionar en esto me he propuesto nunca lamentarme de mi vida. Oh madre mía, ¡cómo has sabido abrazar aquella cruz por mí, y por todas las almas que quieren vivir sin la cruz!”
LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN (arciprensa.com)
Primer Dolor:
La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
Dios te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Segundo Dolor:
La huida a Egipto con Jesús y José
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.
Dios te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Tercer Dolor:
La pérdida de Jesús
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.
Dios te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Cuarto Dolor:
El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.
Dios te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Quinto Dolor:
La crucifixión y la agonía de Jesús
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
Dios te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Sexto Dolor:
La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como El nos amo.
Dios te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Séptimo Dolor:
El entierro de Jesús y la soledad de María
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva le acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos…
Dios te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.